Hace hoy exactamente 365 días comenzó el 2010, ¿Que es un año de nuestras vidas? Simplemente veo esa misma autopista, calurosa y árida en medio de la llanura. Un motor acelerando. "Dust in the wind" de Kansas en el CD. Eso son nuestras vidas. El año, solo un tramo. Seguimos simplemente las marcas del asfalto, algunos saben a donde quieren llegar, otros no. Quizá simplemente queramos seguir moviéndonos, quizá no nos atrevamos a mirar atrás porque nos de miedo nuestra propia sombra, aunque sepamos que sin ella no nos quedaría nada. En medio de un camino, uno que nosotros mismos forjamos y que nos acompañará hasta nuestro final. Y que nos enseña a sobrevivir, día tras día, 365. Puede que a eso se limite esta carretera, a sobrevivir, cada uno como mejor sepa. Puede que no queramos segur caminado, puede que llegue un día en que queramos parar, descansar, pero tarde o temprano todo se derrumbará, y solo tendremos una carretera bajo el sol por la que acelerar, cada uno por su propio carril, por el camino que nuestras vidas, que nuestros actos hayan creado, tomando las curvas que nosotros mismos nos hayamos inventado. Y en las frías noches, cuando los ojos se me cansen y humedezcan y quiera estar en otro camino, o dirigirme a otro lugar, simplemente pensare que todos tenemos un lugar al que ir, y un horizonte por el que cruzar. Ese es nuestro destino, eso es lo que somos, un camino que recorrer, y un buen día, ya solo seremos eso, polvo en el viento, y, con muchísima suerte, quizá alguien que nos llore.
La vida, la libertad, es una carretera en la calurosa llanura y un motor rugiendo.
¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir. Confucio
viernes, 31 de diciembre de 2010
martes, 28 de diciembre de 2010
El jaguar.
1
«...A todos los millones de hombres que caminamos sobre la faz de la tierra solamente una cosa nos une. Nuestro total y absoluto desconocimiento. Nada sabemos. Nada conocemos aunque pensemos lo contrario. Ese es nuestro estigma.
Ahora, cansado, alcanzo a comprenderlo. Ahora, en forma de desconocimiento, veo mi cruz dormir sobre los hombros caídos de una silueta felina, oscura, de sombras de noche perfilada. Me miran sus ojos, me rozan sus garras, me acarician sus bigotes, me rodea su sangre...»
Nací hace demasiados años en un lugar ya muy lejano como para que merezca la pena recordarlo. Durante años viví como comerciante en la tremenda llanura hasta que por obra del azar me di en vivir vida de marino. Mi ignorancia me hacía creer que era aquella mi auténtica vida. Iluso de mi. Ahora eso ya no importa. Es solo cosa del pasado. La única razón por la que lo cuento es para tratar de recordar tenuemente los orígenes de mi nacimiento. Fue mi verdadera madre no mujer alguna, sino la mar en tormenta convertida. Me dio a luz en plena noche, en esta inmensa cuna salvaje. En esta arena. En esta tierra. En la tierra de esta inhóspita isla.
Llegué aquí entre los restos de un naufragio que ya casi he olvidado.
Apenas recuerdo nada de los primeros días. En mis ojos solo se difuminaba la eternidad de la luz del sol. Aplastándome. En ocasiones notaba la fresca brisa de las ráfagas de aire nocturno escapando del Océano, el sonido que emanaba de las rocas cuando las olas las golpeaban, los surcos de la arena en mi piel. Un día noté algo más, algo diferente. Creo recordar que una vez escuche la tierra crujir a mi alrededor, como estremecida por pasos sigilosos. Pero quizá ese ruido solo existiera en mi cabeza. Una noche percibí algo diferente. Repentinamente me percaté de que mi mano derecha era rosada por algo. Era cálido, blando. Era el límite de otra piel. Acerqué más mi mano. Pasé largo tiempo observando con los dedos aquella masa informe y delicada. Parecía húmeda, y se podía notar una forma estilizada, alargada. Finalmente torcí mi cabeza. Trate de ver con mis ojos lo que mis manos ya conocían. Al principio una anarquía de colores y luz saltaron contra mis ojos. La luminosidad me hirió. Pero no cerré los párpados. Aquellas imágenes ardían, quemaban. Y mis ojos seguían abiertos. Las imagen que tras unos instantes pude apreciar me alivió y alarmó en un mismo instante. Yacían junto a mi mano, en un pequeño y tosco montoncito, cinco o seis peces. Tenían marcas de haber sido capturados atravesando su cuerpo y sobre sus escamas aun pervivían pequeñas gotas de agua. ¡Aquellos peces habían sido pescados! ¿Pero como? Podía dar buena cuenta de que nadie había sobrevivido conmigo al terrible naufragio. Nadie habitaba en aquel peñasco que flotaba en mitad del océano. ¿Que explicación podía haber? No importaba. Ni quería ni podía pensar. solo deslice mis dedos sobre uno de aquellos peces. Traté primero de atravesar la escamosa piel. Fui incapaz. Tres intentos más tarde deslicé mi pulgar dentro de una de aquellas hendiduras. Desgarré al animal desde dentro y logré sacar algo de su carne. La devoré con avidez. Era cruda, asquerosa, pero era la primera comida que paladeaba en días. Más de una vez estuve a punto de atragantarme. Llené mi boca sin parar hasta mucho después de darme cuenta de que no podía comer más. Apenas pude con la mitad de aquel pescado. Ni siquiera toqué los demás. Mi cuerpo, habituado al hambre, reaccionaba con nauseas ante aquel inesperado manjar. Después, apenas puedo recordar más. Varias veces, creo (y si no me traiciona mi memoria) se repitió aquello. Cada día podía comer un poco más de aquellos peces. A los pocos días, no tenía ya problema en comerme uno entero totalmente. A la semana traté de incorporarme, sin éxito. Dos días después, pude caminar varios pasos hasta desfallecer. esa nimia hazaña valió para llenarme de esperanza, para dejar de temer silenciosamente a dejar de vivir aquel tiempo prestado bajo el sol abrasador. Mi conciencia apenas podía discernir entre lo que durante aquellos días había sido verdad y lo que había sido ilusión. Nunca más vi, desde aquel día, ningún montón de peces a mi vera. Achaqué aquella experiencia a mi dedil estado mental, más queriendo una respuesta que me tranquilizase que una que respondiera a todas las cuestiones. Día tras día acumulé fuerzas. Me alimentaba de frutos, acompañados con algún cangrejo los días afortunados. Ellos saciaron mi hambre. Descubrí que plantas guardaban agua en su interior. Ellas saciaron mi sed. Empleé mis fuerzas y casi todo mi tiempo en hacer un refugio contra el omnipresente sol. El sació mi soledad. Un día como cualquier otro descubrí algo extrañamente misterioso dibujado en la arena de la playa. Sobre la arena estaban talladas unas delicadas, casi invisibles, siluetas. Eran alargadas, similares a los cuerpos de decenas de peces muertos y amontonados. Junto a ellos, confirmaban mis temores pequeños restos de espinas y escamas. No había duda, aquellas marcas que extrañamente el viento había tenido a bien respetar me susurraban lo que secretamente ya sabía. Muchas alucinaciones había sufrido durante mis primeros días allí. Los peces no fueron una de ellas.
Era aquel el inconfundible y asfixiante sol del mediodía. Su látigo no dejaba respiro a parte alguna de la selva que se escondía entre las montañas isla adentro. Desconocía la ciega determinación que me impulsaba a caminar. Era estúpido, irracional, inexplicable mi deseo, más sin embargo continuaba caminando. Era mi camino unas nimias marcas tatuadas sobre la faz de la tierra de aquel lugar. Unos inconfundibles pasos que partían del lugar que otrora ocupasen los peces. No podían ser de otro que de aquel que me había salvado. Tenía que encontrarle. La necesidad imperiosa me lo exigía. Tenía que conocer a aquel que había salvado mi vida. Tenía que saldar mi deuda con él. Mi alma estaba ahora en sus manos. Mis pasos cruzaron todo el día hasta llegar a una zona apenas cubierta por la vegetación. Las pisadas se extinguían en la roca desnuda. No había rastro que me permitiera avanzar. Me encontraba ante una inmensidad de afilados y escarpados entre montañas. Solamente pude ver desde allí una serie de cuevas naturales atravesando la roca. De repente, una idea bizarra y posible cruzó por mi mente. Pude imaginar a aquel hombre, a mi salvador, viviendo en una de aquellas cuevas. Le imaginé de cientos de maneras diferentes. Le imaginé como un ermitaño, varado en la soledad de aquellas tierras en mitad del Océano. Le imaginé como un bucanero, viviendo en redención. Le imaginé como un hombre oscuro, hastiado de todo contacto humano. Como el príncipe de un país perdido en el recuerdo de cuanto una vez hubo en aquellas tierras. De mil formas le vi en mi mente, y ni una de ellas me preparaba en lo más mínimo para la verdad. Mientras cruzaba por entre las cuevas saludando con toda la autoridad que mis pulmones me permitían, pude ver un ligero movimiento en el interior de una de ellas. Era algo así como una exalación, un suspiro imperceptiblemente pero suficiente para mi. Mis esperanzas de encontrar compañía crecían y crecían. Caminé con paso trémulo hacia la negra boca de aquel emplazamiento. Una vez ante su presencia, sin fuerzas para mover un músculo, con mi respiración acelerada, con mi mente turbada, traté de ver, de diferenciar entre la negrura eterna de aquellas pétreas fauces alguna forma que me fuera familiar. Varios minutos pasaron asta que noté la presencia de algo extraño. Dos pequeñas y luminosas marcas, apenas perceptibles, estaban dibujadas sobre las sombras. Inmutables, parecían observarme. Eran... Si, eran dos ojos, ávidos. Penetrantes. No eran ojos humanos. No. Aquella forma... Aquel color. Aquella expresión... Eran ojos felinos.
2
Empleé varios días en tratar de comprender lo que en aquel me había ocurrido.
Apenas dormí. Apenas comí. Todo lo que podía caber en mi mente eran aquellos dos ojos. Me miraron durante unos instantes. Podía recordar lo que había en su interior, su vejez, su armonía. Eran casi como ojos humanos, pero no eran humanos. Avanzó unos pasos lentamente, lo justo para mostrar su moteado hocico. Sacó la lengua. Se relamió por un instante. Y se fue.
Era un jaguar. Sin duda. Creía haber visto alguno alguna vez en algún lugar. Lo habría reconocido en cualquier parte. No podía eliminar de mi cabeza aquellos ojos, aquel hocico, aquella respiración. Era una fiera mi protector, mi salvador. ¿Por qué? ¿Por qué me había rescatado de la muerte? No era capaz de comprender. La imagen de aquella bestia, de sus colmillos cerniéndose sobre mi, pasando a pocos centímetros de mi cuello mientras yacía en inmovilidad me asaltaba en la plenitud de cada noche. Me acorralaba. Me atenazaba la idea de una fiera rechazando su instinto, dándole la vida a su presa.
Durante días traté de no salir de mi refugio. Buscaba todo tipo de excusas primero, las inventaba después. A los pocos días comenzó a crecer en mi un ligero dolor, me quemaba el pecho, con algo más de fuerza cada día. Finalmente la carencia de alimento me obligó a salir. Tras proveerme de algunos frutos y una pequeña pesca, volví con paso ligero a mi hogar. A pocos pasos de distancia observé algo que arrebató mi aliento. En la lejanía, al borde de un acantilado, contemplaba el horizonte un jaguar. No, no un jaguar, aquel jaguar. Aquella silueta opuesta al inmenso cielo parecía estar disfrutando con la visión. Parecía estar pensando. Luego torció su cuello. Me miró. Permaneció así unos instantes. Y se marchó.
Aquel día apenas pude pensar en mi compañero. Otra preocupación me asolaba. Había puesto mi atención en el fuego que ardía en mi interior. Ese dolor aumentaba a cada hora, con cada paso, con cada inspiración. Intenté dormir sin éxito. A la mañana siguiente descubrí que me encontraba algo mejor. Caminé unos instantes. Sin percatarme avancé hacia el interior de la selva, siguiendo el camino que ya una vez me había llevado hasta el jaguar. Volví a pasar sobre la misma hierba, a cruzar el mismo río, a llegar a la misma roca desnuda y a plantarme ante la misma cueva. Vacío es lo único que había en ella. Esperé unos instantes. Al cabo de un rato pasaron a ser horas. Ya caída la noche, el jaguar volvió a su guarida. Nunca comprenderé la naturaleza de mi reacción. No lo pensé. Solo lo hice. Acerqué mi mano a su hocico. Sus ojos, tranquilos, siguieron mi movimiento. Le acaricié suavemente. Con temor primero tranquilo después. El caminó a mi alrededor, Y desapareció en la oscuridad de su cueva. Esa misma noche comprendí a ese animal. Muchísimos días me fueron necesarios para comprender el que por años enteros había sido su mundo. Durante casi todos los días de mi segunda vida había tenido mi mente puesta en él. Pensar en sus ojos me había salvado, salvado del vacío, de la cruz de ser el la única criatura viva en aquel paraje. De la soledad eterna contenida por el infinito horizonte de agua contra la que siempre los ojos chocaban. La eterna nada que reinaba en la isla, asfixiante y enloquecedora, insoportable para uno solo. Traté de imaginar lo horrible que tuvo que ser para el jaguar habitar en aquel lugar años, décadas, sin compañía alguna. No pude. Habría enloquecido. Sentí lástima por el pobre animal. Por ello no me devoró. Por ello me salvó. De vuelta a mi refugio no paré de pensar en el jaguar. No me percaté de que el dolor ya no estaba.
3
Traté de llevar la cuenta de los días que pasaban. Incluso improvisé un calendario. No sirvió de nada. Los días y las noches terminaron por no diferenciarse. El jaguar y yo compartíamos una misma existencia. Cazábamos juntos, y juntos recorríamos la isla. A cada paso que daba entre las hojas del bosque sentía un quebrar de ramas a mi espalda, o un lomo cruzando a pocos metros de mi. Cuando pasaba por entre las afiladas montañas, escuchaba cuatro garras felinas deslizarse entre los riscos que estaban sobre mi cabeza. Cuando nadaba en la playa, podía distinguir una moteada y ondulante silueta dejando un surco de pisadas en la arena. Sin embargo nunca era mas misteriosa nuestra compañía mutua como cuando el jaguar se detenía al borde de su acantilado a dejar que las olas se reflejaran en su mirada. permanecía allí hasta que me dormía. Aun cuando el sueño me hacía dejar de observarlo el permanecía allí. En ocasiones. Con el tiempo termine encontrando el placer de la vigilia. Empleaba la nocturnidad en contemplar las estrellas. Me sentía bien al verlas. Las imaginaba, una a una, y en su totalidad. Cubrían todo el cielo con un brillo hipnótico. Me sentía pequeño al contemplarlas. Solía pensar que ocurriese lo que ocurriese lo que en la isla nada cambiaría en aquellas luces, ni en el resto del mundo. Me enseñaron lo pequeño que era en realidad. Asi, las lunas y los soles se sucedían, uno tras otro, sin pausa ni descanso. Con demasiada frecuencia, especialmente cuando el jaguar no estaba cerca, echaba en falta presencia humana junto a mi. Llevaba meses sin pronunciar una sola palabra, y mis labios estaban ya embrutecidos. El tiempo me había enseñado otro idioma. Uno que no tenía palabras sino susurros, ruidos, gritos. Un idioma aprendido desde la imitación de lo que la propia isla decía. De lo que contaba el viento, la onda que recorría el agua calmada cuando una hoja se precipitaba de su rama. Una piedra precipitándose al vacío y chocando contra su propio eco. Sonidos. Silencio. Sonidos. Un idioma propio, tan perfecto como cualquier lengua humana, con palabras no solo hechas de sonido, sino de formas, sentimientos, colores. Aprendí del jaguar. Aprendí a ser una bestia. Aprendí a ver la bestia que era y la que había sido. Cada día pasábamos un poco más de tiempo junto. Cada día estábamos un poco más cerca. Alguna vez incluso acariciaba su pelo moteado. Solo un momento le era respetado. Con cada crepúsculo
sus ojos acechaban la única frontera que para nosotros había en esa isla. La luz del ocaso pintando de naranja oscuro las olas del mar que nos rodeaba. Miraba yo en esos momentos el cielo estrellado, pensando en aquellas luces que llevaban siglos brillando antes de que o las viese y seguirían alli cuando me fuera.
En uno de esos días que hacen maldecir la vida y la memoria, creyendo que lo viviría como cualquier otro, me desperté a la sombra de mi refugio. Del otro lado de la tela se adivinaba una intensa lluvia, la primera en mucho tiempo. Me vestí con todas las pieles y restos de viejas ropas harapientos que encontré a mano y me encaminé al exterior. Confiaba en ver al jaguar rondando mi precaria construcción como de costumbre. Pero no estaba. Me adentré entre la maleza esperando discernir sus pasos del llanto del cielo. Pero no estaba. Caminé hasta las altas rocas desnudas, esperando encontrar su perfil apoyado contra alguna húmeda pared. pero no estaba. Entonces miré al acantilado. Allí estaba.
Mis pasos apenas se diferenciaron del rugir de la lluvia y el fulgor de las olas rompiendo. Impertérrito, despreciando lluvia y viento, ruido y mar, los ojos del jaguar desembocaban en aquel infinito embravecido. Fue aquella la primera vez que pisé el acantilado. Y la última. El felino no hizo amago alguno de moverse al descubrir mi presencia, ni cuando me acerque para ponerme a su altura. En aquel momento me acordé de un pasaje de la biblia. Recordé a Caín y a Abel. Nos imaginé al jaguar y a mi como hermanos, unidos no por igual sangre o siguiera naturaleza, pero unidos, al fin y al cabo, hasta el final. Fue un pensamiento estúpido. Y nunca lo he vuelto a tener.
Al cabo de unas horas el jaguar se giró sobre si mismo. Me contempló. Cruzamos miradas. Entonces me habló. No con palabras, no en un idioma que se pueda escribir, pero ahora descubro aquella conversación como la única que he tenido en mi vida. Entendí al jaguar. Entendí por qué miraba con cada sol caído la lejanía. Entendí por qué me había salvado, y por que seguía aquí. Entendí que el también había vuelto a nacer, que aquel no era su hogar. Que solo había un lugar para el, y estaba al otro lado del Océano. Igual que el mio. Hogares que nunca volveríamos a ver. Quien sabe como el jaguar habría llegado a la isla. Quizá varado, puede que, como yo, tras un naufragio. Como saber cuanto tiempo ha pasado en esta tierra. Como imaginar el dolor que tanto tiempo le ha quemado. Como entender lo que siente cuando mira al horizonte y descubre que ya nunca verá más allá. Sus ojos me miran. Me susurran que este desierto ya se ha hecho demasiado grande para él, que está cansado del dolor, cansado de sufrir, cansado de vivir. Trato de resistirme a su petición. Pero no puedo. Una vez el me salvó. He de devolverle el favor. Cojo una piedra. Me acerco a él. Alzo la roca. Me mira por última vez. Con gratitud. Creo que con amor. Nos despedimos. La fracción más nimia de un segundo es suficiente. Golpeo su cabeza. Sangra. Y ya está. Y el resto de la isla permanece igual. El mismo viento meciendo las mismas hojas, los mismos arboles sujetos a la misma tierra. El mismo eco en las mismas montañas. Nada se inmuta. Nada cambia esa muerte. Pienso que a todos los millones de hombres que caminamos sobre la faz de la tierra solamente una cosa nos une. Nuestro total y absoluto desconocimiento. Nada sabemos. Nada conocemos aunque pensemos lo contrario. Ese es nuestro estigma.
Ahora, cansado, alcanzo a comprenderlo. Ahora, en forma de desconocimiento, veo mi cruz dormir sobre los hombros caídos de una silueta felina, oscura, de sombras de noche perfilada. Me miran sus ojos, me rozan sus garras, me acarician sus bigotes, me rodea su sangre.
Lanzo el cuerpo al mar. Esa es su sepultura.
Varios días y varias noches han pasado desde que se fue el jaguar. Demasiadas veces me sorprendo tratando de adivinar sus pasos junto a mi cuando atravieso la maleza. Demasiadas veces. El dolor ha vuelto. Cienmil agujas me queman desde dentro. Son las mismas que una vez le quemaron a él. Ahora puedo sentir lo que el jaguar sintió. Es curioso. Antes el dolor me atacaba justo cuando no pensaba en el jaguar, pero ahora es justo cuando le imagino a mi lado cuando más me hiere. Pero yo no muero. Vivo en este santuario de la soledad, reino del olvido, como el jaguar lo hizo antes que yo. Soy su sucesor, su recuerdo. Quizá algún día la corriente traiga a esta costa algún otro jaguar. U otro hombre...
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Norte
Vagar, vagar, sin rumbo, por siempre.
Eso hago. Eso he aprendido.
Quizá una vez supe caminar
Quizá alguna vez tuve un lugar al que ir,
no lo se. Nunca llegé.
Dicen que hay un Norte. Un Norte hacia el que caminar.
Pero aqui solo deambula un alma, en soledad.
Maldiciendo. Perdida. Nada más.
Perdida. Sin Norte ni camino al que ir.
Loverá sobre su cadaver y nadie mirará
nadie se volverá para ver
la sombra que se perdió, la que no quiso llegar.
La que no supo vivir.
Unos pasos que se fueron,
Y que no fueron hacia ningún Norte.
Que vinieron estando perdidos, que se sienten llorar
cada vez que recuerdan, que creen ver.
Un Norte, un destino, un final.
Pero por ellos nadie, nadie sabe llorar.
Porque no es su hogar, no hay para ellos.
Vivir muertos. Vivir perdidos.
Solo ese es su Norte.
Solo ese es su final.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Un mundo vacío.
Soledad no es una palabra.
Soledad no es un sentimiento.
Soledad es un mundo.
Soledad es la palabra que ya muerta,
nunca nadie ha escuchado.
La palabra que he dicho al viento y se ha llevado.
Es la esperanza de una vida
Derramándose por los ojos en cenizas áridas.
Es una calle de Noviembre, a cada paso más larga
Es la marca que pervive cuando
esperanza, amor y sueños ya se han desangrado.
Soledad es oír mil nombres. No escuchar ninguno.
Soledad es una vida que es vida sin mi,
que no me necesita para ser vida.
Es fuego congelando el corazón.
Soledad es alma sin hogar ante el abismo.
Viendose caer en la oscuridad.
Viendo en la oscuridad su lugar.
Y no ver nada a lo que aferrarse. Nada.
Y dejarse caer. ¿Luchar? ¿Por qué? Solo agotarse.
Uno y otro abismo, ya nada los separa.
Soledad es una cama vacía, en una casa vacía,
en una ciudad, en un mundo vacío.
Eso es soledad, un mundo vacío.
Soledad no es un sentimiento.
Soledad es un mundo.
Soledad es la palabra que ya muerta,
nunca nadie ha escuchado.
La palabra que he dicho al viento y se ha llevado.
Es la esperanza de una vida
Derramándose por los ojos en cenizas áridas.
Es una calle de Noviembre, a cada paso más larga
Es la marca que pervive cuando
esperanza, amor y sueños ya se han desangrado.
Soledad es oír mil nombres. No escuchar ninguno.
Soledad es una vida que es vida sin mi,
que no me necesita para ser vida.
Es fuego congelando el corazón.
Soledad es alma sin hogar ante el abismo.
Viendose caer en la oscuridad.
Viendo en la oscuridad su lugar.
Y no ver nada a lo que aferrarse. Nada.
Y dejarse caer. ¿Luchar? ¿Por qué? Solo agotarse.
Uno y otro abismo, ya nada los separa.
Soledad es una cama vacía, en una casa vacía,
en una ciudad, en un mundo vacío.
Eso es soledad, un mundo vacío.
domingo, 12 de diciembre de 2010
jueves, 2 de diciembre de 2010
domingo, 28 de noviembre de 2010
Días Nublados.
Muchas veces nos despertamos y vemos que el día está nublado. Son esos días cuando sentimos tristeza, soledad o dolor por no poder ver la luz del día. Y odiamos los días nublados. y queremos que acabe.
Hoy es un día nublado, frío y lluvioso. y, sin embargo, incluso en un día como este, creo que hay cosas suficientes como para creer que puede ser un buen día. A lo mejor, la luz y las nubes están solo en nuestros ojos.
Hoy es un día nublado, frío y lluvioso. y, sin embargo, incluso en un día como este, creo que hay cosas suficientes como para creer que puede ser un buen día. A lo mejor, la luz y las nubes están solo en nuestros ojos.
jueves, 18 de noviembre de 2010
martes, 16 de noviembre de 2010
Take my hand.
Una de las canciones más mágicas que conozco. Take my hand.
Cuando caemos, cuando lloramos, cuando queremos rendirnos y sentimos
que no hay nada ni nadie para nosotros. Cuando vemos nuestra vida pasar de largo
y nos decimos a nosotros mismos que no hay razón para seguir caminando,
es entonces cuando necesitamos una mano amiga. Que pueda ver lo bueno
que todavía duerme en nosotros.
que todavía duerme en nosotros.
Una mano que nos escuche. Una mano en la que confiar.
Una mano que nos sujete.
sábado, 6 de noviembre de 2010
Otoño.
Ayer descubrí algo mientras caminaba por la ciudad. En un pequeño parque encontré una sorpresa. El Otoño había cubierto el suelo con hojas secas. Siempre había querido ver algo como eso, difícil por causa de la zona en la que vivo. Ese mismo día por la tarde, fui a fotografiar el paisaje. Es curioso, siempre había querido ver esos famosos campos de hojas secas, pero ayer, cuando me desperté, no imaginé que lo haría precisamente ese día. Y con todas las cosas que me pasaron, la que más recuerdo es justo la que pasó por casualidad. Es inexplicable, pero creo que son las cosas que pasan por simple casualidad las que más recordamos.
sábado, 30 de octubre de 2010
Soñar
Una ola. Un soplo del viento fugaz.
Una hoja de Otoño, bajo sol de primavera de Abril.
Un día quiso dejar caer un sueño en mis manos.
Un sueño. Solo eso. Y soñé.
Soñé el sueño que los dedos acarician
trémulos del temor de despertar
Un sueño que juega a arrancar un pedazo del infinito.
Y le hace vivir. Y le hace ser.
El que siempre existe. Siempre nuevo. Siempre bello.
Es el sueño alma, es el alma calor de hogar,
es esperanza, esperanza de amar. De soñar.
Sueño que te inunda. Sueño que me elige.
A mi. Solo a mi.
Y a ti.
Y un copo de nieve. Un Sol de rayo clavado en ojos.
Eso y nada más. Despierta.
Y ya está.
Y soñar solo una vez,
revela que ya no sabré soñar más.
Despues de todo
¿Quien soy yo para soñar?
¿Y quienes mis sueños para creerse realidad?
Una hoja de Otoño, bajo sol de primavera de Abril.
Un día quiso dejar caer un sueño en mis manos.
Un sueño. Solo eso. Y soñé.
Soñé el sueño que los dedos acarician
trémulos del temor de despertar
Un sueño que juega a arrancar un pedazo del infinito.
Y le hace vivir. Y le hace ser.
El que siempre existe. Siempre nuevo. Siempre bello.
Es el sueño alma, es el alma calor de hogar,
es esperanza, esperanza de amar. De soñar.
Sueño que te inunda. Sueño que me elige.
A mi. Solo a mi.
Y a ti.
Y un copo de nieve. Un Sol de rayo clavado en ojos.
Eso y nada más. Despierta.
Y ya está.
Y soñar solo una vez,
revela que ya no sabré soñar más.
Despues de todo
¿Quien soy yo para soñar?
¿Y quienes mis sueños para creerse realidad?
lunes, 18 de octubre de 2010
jueves, 7 de octubre de 2010
Lluvia
Herido, llora. Llora.
Herido llora y sangra.
El cielo llora y sangra.
Miles de cientos de gotas hermanas
pintando de gris eterno los colores del mundo
Y abajo su llanto es pisado
pisado por figuras y figuras,
hordas escapando del chaparrón.
Una ventana, un cristal.
A cada gota de mi.
Un cristal nos separa.
En el silencioso estrépito, solo sus ruidos me rodean.
Ensordecedor.
Glic, glic, glic y glic.
Y no. No y no,
lloro yo no porque llore el cielo. No.
No es mio su dolor.
Ese llanto que me es familiar, amable.
El hogar que aguarda.
Calor. O algo que intenta imitarlo.
Todo lo es en mi la lluvia. Incesante.
Bajo sus gotas, por eso permanezco
Por eso su gris me cubre y cala.
Porque es bajo la lluvia, sombra de plomo frío,
El lugar al que pertenezco.
Herido llora y sangra.
El cielo llora y sangra.
Miles de cientos de gotas hermanas
pintando de gris eterno los colores del mundo
Y abajo su llanto es pisado
pisado por figuras y figuras,
hordas escapando del chaparrón.
Una ventana, un cristal.
A cada gota de mi.
Un cristal nos separa.
En el silencioso estrépito, solo sus ruidos me rodean.
Ensordecedor.
Glic, glic, glic y glic.
Y no. No y no,
lloro yo no porque llore el cielo. No.
No es mio su dolor.
Ese llanto que me es familiar, amable.
El hogar que aguarda.
Calor. O algo que intenta imitarlo.
Todo lo es en mi la lluvia. Incesante.
Bajo sus gotas, por eso permanezco
Por eso su gris me cubre y cala.
Porque es bajo la lluvia, sombra de plomo frío,
El lugar al que pertenezco.
domingo, 3 de octubre de 2010
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Más fotos
Por muy borroso que esté el mundo, por mucha niebla que haya ante mis ojos y, cuando la luz es tan cegadora que no deja ver, cuando miro por el objetivo de una cámara todo esta claro. Y esto es lo que veo.
sábado, 25 de septiembre de 2010
-Hijo mío, he de contarte una cosa. Es sobre la vida. La vida es como un camino, como una carretera. Al principio, uno no sabe bien a donde ir. Tiene miedo a perderse, a no encontrar un camino. Pero termina caminando. Luego, luego se sigue el camino. Muchas veces es difícil, otras veces todo se vuelve borroso. Uno puede llegar a perderse, o no saber que dirección tomar. Pero al final termina decidiendo. Porque ese es su camino. Un camino lleno de momentos felices, tristes, amargos, alegres, duros... pero todos y cada uno de ellos, único, irrepetible, forma parte de tu camino y de ti mismo. Y al final, como todo camino, termina.-
-¿Y eso es lo malo de la vida, que siempre acaba con la muerte?-
-No. La vida no acaba con la muerte, no. La vida acaba justo como uno quiera que acabe.
martes, 21 de septiembre de 2010
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