miércoles, 4 de enero de 2012

Hasta pronto.

La verdad, no se si hay alguien al otro lado que pueda leer esto, que le importe lo más mínimo, o que recuerde como solía ser. Recientemente he perdido algo, algo que estaba dentro de mi, que formaba parte de mí. No me ha abandonado, es que algo está transformándose dentro de mí. No se que es, pero el caso es que es muy grande. Hace tiempo que no escribo, ni fotografío ni creo nada. En parte me siento vacío y hambriento. Quizá el mundo está cambiando, o puede que sea yo. Sea como sea, he tomado una decisión. Seguir sin hacer nada no era una opción. No se el resultado, ni las esperanzas que he de depositar. Quizá muera en el camino, o quizá no, pero de cualquier forma, he de continuar, porque la vida solo tiene un sentido, hacia delante. Y cuando las fuerzas me fallen, recodaré quien soy, más allá de lo que tengo, de lo que he logrado o de lo que los demás digan. Soy quien ha vivido toda mi propia vida. De lo que he vivido y lo que me quedé apunto, de lo que evité, y de lo que se me escapó de las manos. Y al final, cuando me encuentre con Dios, solo le diré una cosa : "Está bien."

He de hacer un viaje, y no pasaré por aquí hasta que vuelva, si es que vuelvo. Hasta pronto, y, si no volvemos a vernos, adiós.    



martes, 1 de noviembre de 2011

1 de Noviembre. Día de Tenorio

Interesante fecha el día de los difuntos. Es el día en que recordamos a los muertos, el día que volvemos la vista atrás y vemos lo que ha quedado de aquellos sitios por los que hemos pasado. Porque todos tenemos muertos detrás, tenemos los muertos, los que se han ido quedando atrás en nuestras vidas, los que viven solo en nuestros recuerdos. Ya no tiene sentido pensar en ellos, y sin embargo ahí están. Todos los que hemos conocido, los que han dibujado una pequeña parte de lo que somos. Los que habitan en nuestra memoria, a los que nos gustaría tener entre nosotros, para enmendar nuestros errores quizá. Pero lo pasado, pasado está. Y lo que ya no está entre nosotros, ya se ha quedado atrás.
 Queramos o no. Y no tiene sentido fustigarse, ni llorar. Ni lamentarse por toda la mierda que tenemos en algún lugar profundo, bajo siete capas de hormigón, y donde creemos que mientras no salga, todo irá bien. Pero todos somos grande personas, en ocasiones. y hay veces que somos unos gilipollas. Es lo que somos, y no podemos evitarlo. Y lo que hayamos hecho con los que ya no están entre nosotros, con los que se fueron, esta hecho. Podríamos haber hecho otras infinidad de cosas. Podíamos haber dicho algo que no dijimos, o podíamos habernos callado. Podíamos haber perdonado, o podíamos haber peleado. Pero lo hecho hecho esta. y si resulta que después de todo no sabemos hacia donde ir, solo tenemos que seguir hacia delante.  


El alcohol tiene sus cosas buenas. Que mate el hígado no significa que no sea medicina. En este día, brindemos por Tenorio, el valiente de la foto, y brindemos por los que hemos dejado atrás, por los que ya no están, o por los que están, pero lejos, y para siempre. Por los que en vuestras vidas hemos dejado atrás. Y, por que no, por nosotros mismos. Salud.

jueves, 25 de agosto de 2011


                                                                       "Mujer y mar."

miércoles, 24 de agosto de 2011

Homenaje a Borjes.


Tal día como hoy hace 112 años el mundo se hizo un lugar un poco más grande. Tal día como hoy hace 112 años nació un hombre al que muchos adoraron, otros tantos detestaron y solo algunos se tomaron la molestia de intentar comprender. Esto va por el maestro de Buenos Aires.

jueves, 28 de julio de 2011

Fotos a la orilla del mar.


                                    "Amigo fiel"



                                                                       "El guitarrista"



                                                                    "Sentada al borde"



                                                                           "Cañas"



                                                                         "Solitaria"


                 
                                                                       "Rocas ancianas"

martes, 28 de junio de 2011

jueves, 23 de junio de 2011

El viejo halcón.














Las alas del viejo halcón rasgaban el cielo de un desierto asolado. Su sombra, solitaria, daba círculos en la eterna arena. Quince noches antes, un rayo le había alarmado. Arrojado desde el cielo, en pleno día, sin ninguna nube. Cada animal del mundo conoce ese rayo. Es lo que primero sus ojos aprenden a poder ver. El día que nacen, el rayo viene a saludarles, a loarles por el futuro al que aspiran. Luego se va, y durante el resto de sus vidas, aguardan a que regrese. Lo hace, días, meses o años o siglos después, cuando el tiempo ha terminado.
Luego ya espera Dios o la nada. El viejo halcón ya lo había visto una segunda vez. Volaba solo, en un cielo desierto que le daba la espalda mientras acechaba al Oeste. Hallá donde las aves nacen, donde el viejo halcón nació. De donde una noche sin luna voló para jamás volver. Allí habría otros halcones, mayores o más jóvenes. Y sin embargo el rayo había caído en la plenitud de la arena tostada de un desierto baldío, sin agua ni vida, buscando solo un ser, un espíritu obstinado. Las plumas, hacía ya años que habían dejado de ser lustrosas. Las alas temblaban con el aire incandescente, los ojos cegados luchaban por apreciar el horizonte. Y bajo aquel espectro de piel erosionada y arañada sin piedad, fauces de arena y tiempo, las de una nube parida desde las entrañas del desierto mismo se alzaban ante él. Eso era todo lo que quedaba. Y pronto desaparecería también. El desierto le deseaba, deseaba su carne, su piel y sus huesos, todo cuanto componía a aquel halcón. Mientras una nube de arena maliciosa se arrastraba hacia él como un monstruo, el viejo halcón trató de recordar. Imaginó toda su existencia, atrapó cada esencia y sentimiento, cada victoria, cada derrota, cada placer y cada dolor, cada risa y cada lágrima. Aferró en sus nudosas garras la naturaleza de una vida entera. Ya nada importaba. La nube de arena se frotaba las rollizas y ásperas manos mientras su lengua daba los primeros lamentaros. Toda una vida en un desierto. Una tierra sin agua por el día ni fuego en la noche. Su hogar. Él había dejado de ser un animal en el desierto. Era parte del desierto. Parte del Sol, de la arena y los espejismos. Alimentándose de carroña, de los que no habían sobrevivido. Alimentándose de muerte, al final había germinado en su alma. De repente, observó como el cielo se oscurecía, como el suelo desaparecía en la lejanía. Eran las faces abriéndose. El monstruo de arena quería devorarle.
 El ya había probado la muerte. Y algún día la nube de arena también sería fagocitada. Cada animal, cada guerrero caído que el viejo halcón había consumido sería ahora, sin embargo, engullido. Sin mas. Cada elemento de los que habían sido el viejo halcón, y mucho antes el joven halcón, ya no volverían a ser nunca más. Por primera vez sintió miedo. No miedo al dolor. A alguien tan viejo el dolor no le podía asustar. Miedo al olvido. Había amado, había odiado, había reído y llorado, había sufrido. Cada recuerdo que había tenido, cada uno de los sentimientos, buenos o malos, pero todos ellos suyos, cada palabra dicha, cada lugar visto, cada mundo imaginado, ya no serían nada. Caerían al eterno abismo, serían consumidos. Ya no existirían más. Ya no serían nada. No habría de ellos más que un leve resplandor ocultándose en la noche. Todo lo que era, lo que alguna vez había podido ser desaparecería eternamente. ¿Y como sería la nada? ¿La nada absoluta y total? Simplemente dejar de existir. Desaparecer, para siempre. Paro a cada instante le alejaban de sus cavilaciones los tentáculos de arena que se enrollaban en sus patas y alas. Le ataban y herían. Se aferraban, ásperas, a su piel. Luego, ya solo sería más arena en un desierto interminable y cruel. Pero quizá fuera aquel el precio que debía pagar. El precio por haber fallado. Años atrás, años antes de que el rayo le deslumbrara por segunda vez y la arena le consumiera, cuando el viejo halcón era todavía el joven halcón, cuando ni el desierto era tan árido ni el Oeste tan lejano, sus alas, granes y brillantes, se alzaban por vez primera sobre el cielo caluroso. Ante él un desierto interminable. Más lejos, el horizonte. Y escondida justamente detrás, la Tierra Vertical. Así se llamaba a la montaña de la que tantos hablaban y que solo unos pocos habían visto. Nunca nadie había llegado a la cima. El joven halcón se dirigió hacia ella. Falló. Regresó siendo el viejo halcón. Y ahora su futuro ya estaba dejando de existir. La nube eliminaría al viejo halcón. Al halcón osado. Luego sería olvidado. Por siempre. Su ímpetu, su deseo de alcanzar la cima. Su caída, desaparecería con él. En ese momento, el viejo halcón se volvió. Miró a los ojos a la nube. Sin temor, sin amedrentarse ni enfurecerse. Y peleó. Peleó contra un enemigo eternamente mayor. Contra un enemigo más fuerte. Contra un enemigo invencible. Y, sin embargo, peleó. 
En vano al principio. Luego, un tentáculo quebrado, la lengua de arena sangrando después, un picotazo bastó para alejar de si las garras del monstruo voraz y enfurecido. Sus uñas se clavaron el la piel. La atravesaron. Junto con el viejo halcón, un inimaginable rugido de furia voló desde el interior de la nube de arena. Pero el ave escapaba, dejando atrás a su perseguidor. No quería evitar su destino. Ni quería ni podía. Había visto el rayo, estaba escrito. Pero si no podía elegir su destino, si podía decidir como terminarlo. Años atrás había fracasado. Solo la suerte le hizo sobrevivir, si se podía llamar sobrevivir al errar, eternamente solitario y envejecido, sobre aquel desierto. Pero la Tierra Vertical seguía allí, presidiendo el horizonte, orgullosa e inamovible. Había caído, pero su sino, le decía ahora la vejez, la clave de su vida y su inminente muerte era pelear contra lo invencible. Si tenía que morir, quería que su muerte fuera justamente en el lugar que había sido el epicentro de su vida. El viejo halcón, otra vez, ante la Tierra Vertical. Ante su caída. Esa sería su muerte, similar a su vida. No podía, no debía ser de otra manera. No lo permitiría.
Y así, volando en solitario, pero en línea recta por vez primera en tanto tiempo, el viejo halcón cruzó el desierto dejando las dunas atrás.

Era tarde, casi plena noche. Sobre un risco, el viejo halcón descansaba. Las heridas hechas por la nube de polvo ya apenas sangraban y el dolor desaparecía a pasos agigantados. Su mente no había dejado de tratar en vano de imaginar un mañana inexistente. Ante sus ojos, sin embargo, una mole que eclipsaba cualquier pensamiento. La Tierra Vertical. Todavía lejana, pero ya impresionante. Cubierta por un frío inimaginable en ninguna otra parte del mundo. Hasta el soplar del viento que la rodeaba parecía rugir dentro de los oídos. El viejo halcón no la recordaba tan grande, pero no se dejó amedrentar. Ya no había nada por lo que temer. Se durmió y, mientras soñaba, quiso verse a si mismo logrando llegar a la cima. Sus alas atravesando el gélido aire, la nieve deslizándose por sus plumas. Su cuerpo azotado contra la roca, pero invencible, inexpugnable. Avanzando, sin ceder un centímetro al desaliento. Sin dejarse caer. Quería ser aquel halcón. El halcón que vencía, que lograba llegar. El halcón que no se derrumbaba, que no estaba condenado a vagar en un desierto hasta su último suspiro. A su alrededor, se arremolinaba el susurro del frío viento, deslizando en sus oídos palabras de desaliento, de dolor y derrota «Remordimiento», «vergüenza», «olvido». Los vientos le hacían recordar. Recordarse siendo un halcón de alas lustrosas. Garras fuertes y jóvenes. Es un halcón, uno joven. El halcón joven. Lucha contra el viento. Lucha contra la niebla. Lucha contra el frío cortando su alma. Lucha contra sus fuerzas, lucha. No tiene nada más. Ni hogar, ni pasado ni futuro. Ya lo ha perdido todo, aunque todavía no lo quiera saber. Pero todavía tiene su lucha. Su destino y su Tierra Vertical. Recordar por qué dejó el Oeste. Recordar aquel lugar, aquel lugar de la ladera de la Tierra Vertical, aquel lugar desde el que se podía ver la cima. Aquel lugar, a un paso y, a la vez, alejado por un abismo de la victoria. Aquel lugar fatídico. Allí donde sus fuerzas desistieron. Donde, años atrás, un halcón joven se desplomó. El viejo halcón se encaraba a los vientos malditos, les lanzaba piedras para que huyeran, para que se alejaran. Y se iban. Y regresaban, más fuertes y malvados. Siempre regresaban. 
El viejo halcón nunca tendría silencio. Pensó en como sería si hubiera regresado al Oeste, al hogar, al verdadero hogar. Por vez primera se atrevió a ver un error, un triste poema en su vida. Un final sombrío para un vuelo solitario. Pronto solo sería ceniza. Pero aquel era su pasado. Sus derrotas pretéritas, las que ya nunca se irían. Y tras repetirse esto, sumido en un sueño mezclado con angustia, el viejo halcón, rodeado de los oscuros susurros, se durmió.

La mañana no se atrevió a asomar. Nunca lo hacia, no en un territorio que no era el suyo. La luz del cielo se amedrentaba, escapaba lejos. El viejo halcón estaba solo. Ante el, la Tierra Vertical. Enorme, afilada, nevada. Rompía el suelo desde sus profundidades. En su entorno, fuego sangrado desde el centro de la tierra que se desparramaba sobre los árboles calcinados. Por encima, una nube sin color. Las alas del viejo halcón temblaron. Su destino era cierto y asumido, y aquella mole, sin embargo, seguía llevando el temor a los corazones de cuantos la contemplaban. Se atrevió a acercarse a ella a mirarla. Los dos se reconocieron mutuamente. La Tierra Vertical le había herido de muerte, le había consumido lentamente durante años desde el fondo de su memoria. Y, sin embargo, se comprendían. El halcón estaba ante la piedra inexpugnable sobre la que se había sustentado toda su vida. El desierto, el Oeste, todos le habían abandonado. Pero la Tierra Vertical, su eterna en enemiga, le había sido siempre leal. Ahora se enfrentarían por última vez. Ambos en la misma posición. Frente a frente. Alejados del resto del mundo. Solos. Si no hubiera sido por ella, la locura le habría consumido años atrás. Pidió con voz tímida perdón a aquella inmensa mole por su arrogancia. La Tierra Vertical le perdonó. Y se abalanzó contra ella.
Bajo sus alas comenzaron entonces a correr las enormes faldas. Verdes, con ríos y árboles. Frutos. Flores. El viejo halcón pasó de largo a gran velocidad. Quiso sentir a su detrás rugidos de ánimo. El calor le invadió. Pero no descansó. No podía, apenas tenía tiempo. Los gritos de plantas y árboles, animando al primer halcón que ven en siglos, desaparecen entre la niebla. Ya no hay más. Después, solamente aquello. Riscos, viento. La Tierra Vertical. Al viejo halcón todo esto le resulta demasiado familiar. Solo un poco más arriba estuvo apunto de caer. Ahora es más fuerte. Podrá llegar más lejos. Ahora ya no tiene miedo. En aquel entonces si lo tenía. Los rugidos emanados de las cuevas, las amenazas del viento le atravesaban. Pero ya no es el halcón joven, y no viene del Oeste. La montaña es fría y árida. El viejo halcón se agota, se ahoga. Ha de proseguir, hacia su destino. Eso se repite una y otra vez. Hacia arriba, en lo alto, el temor se hace fuerte. Se hace de acero y nadie se atreve a llegar. El no se atrevió. Temía a la muerte, y ahora, sin embargo, moriría de igual manera. Comienza a sentir los azotes del viento. Es el precio que la Tierra Vertical hace sufrir a los demasiado valientes. El viejo halcón se acerca a una roca. Sus uñas se aferran y sus plumas descansan.
Y es entonces cuando llega un viejo conocido. Briznas de viento comienzan a susurrarle. Entonces vuelve a alzarse en vuelo. Los vientos le dicen, una y otra vez, lo lejos que está de la cima. Lo vano de su loco empeño. El halcón no escucha. Solo vuela. Pero las ráfagas tienen razón. Y la cima, burlona, se aleja. Porque el viejo halcón es solo eso, un viejo halcón. Porque nadie volaba con él mientras vivía, y nadie le podrá recordar cuando muera. Porque en el mundo hay demasiadas montañas. Incluso la Tierra Vertical desaparecerá engullida, y su leyenda con ella. Porque llegue o no llegue a la altura, el seguirá siendo un viejo halcón. Y pronto ya no será nada. Entonces sus fuerzas titubean. Reconoce en esa mole de roca su propia vida. Una vida estrellada contra un muro de piedra. Una vida que gira entorno a un monstruo. Un pétreo monstruo, solo eso. Un monstruo que tarde o temprano caerá en la oscuridad. Y después, ni la Tierra Vertical será nada, ni el halcón que la conquistó, ni el que cejó en el intento lo será. Solo persiguiendo una sombra. Una vida diluida en un mar de olvido. El halcón nunca fue nada, ni ya jamás lo será. No ha fracasado tratando de conquistar la Tierra Vertical, ha fracasado intentándolo. En ese momento, agotado, su cuerpo vapuleado por el frío impío cesa de avanzar. Apenas tiene fuerza. Quizá sea ese el lugar, quizá sea ese el frío que se lo ha de llevar. Aquí le ha traído su rayo. Aquí yace su tumba. Y el mañana ya ansía devorarle para siempre. Ya acecha desde el otro lado de la niebla. 

Entonces el halcón ve algo, una silueta. vuela desde las faldas de la Tierra Vertical, como el lo hizo. Tiene grandes alas. Alas lustrosas. Garras fuertes y jóvenes. Es un halcón, uno joven. El halcón joven. Lucha contra el viento. Lucha contra la niebla. Lucha contra el frío cortando su alma. Lucha contra sus fuerzas, lucha. No tiene nada más. Ni hogar, ni pasado ni futuro. Ya lo ha perdido todo, aunque todavía no lo quiera saber. Pero todavía tiene su lucha. Su destino y su Tierra Vertical. Y el viejo halcón ve en sus ojos un viejo conocido. Un viejo conocido venido desde el Oeste. Desde donde los los halcones nacen. Allí donde los padres cuentan a los hijos la historia de aquella tierra que se irguió hacia el cielo. Allí donde se dice que existe una cima inexpugnable para todos los halcónes excepto uno, uno que vendrá a la tierra destinado a clavar sus uñas en la cima. Allí donde el viejo halcón alguna vez nació. Una tierra de sol, de cielos despejados. Allí donde una vez un joven halcón escucho como la Tierra Vertical le llamaba. El joven halcón, que siempre volaba lejos, siempre en los confines del Oeste. El joven halcón que tenía miedo, miedo de su destino en el Oeste, de no saber como ser un halcón, de no saber hacia donde volar, que temía. El halcón que escapaba del tiempo, de su mañana. Del halcón que supo que tomar cualquier decisión le llevaría a perder demasiado. Y eligió huir, huir de tomar ninguna decisión, del Oeste, de los suyos. Huir hacia la Tierra Vertical. Volando, volando, volando hacia aquella montaña, aquella caída, aquel desierto. Solamente. Y sin embargo, allí estaba, aquel joven halcón, volando con todas sus fuerzas, sin saber donde terminaría, sin conocer al viejo halcón que llegaría a ser y que le miraba desde arriba. Solo entonces, el viejo halcón descubrió que estaba cerca de la cima. Aquí caería. Ningún halcón pasaría jamás de donde estaba. El joven halcón, exhausto, cortaba la niebla. Peleaba contra el viento. Quería llegar. El viejo halcón solo lo miraba. Aguardando la caída. Recordaba lo que sentía. Podía ver sus recuerdos en los ojos del joven halcón, sus propios ojos. Comenzaba a desfallecer. Comenzaba a caer. Herido, agotado. Perdido. Miró luego la cima, orgullosa e inexpugnable. Y entonces, solo en ese preciso instante, ni todos los vientos de la creación hubieran silenciado el manantial que brotó de su alma. Desplegó sus alas todo lo que pudo. Avanzó con toda la velocidad que podía hasta el joven halcón. Quizá tenía miedo, quizá había perdido de todas las maneras. Quizá el olvido le devorara tras su muerte, quizá ya no le quedara después lugar al que volar. Quizá no hubiera sentido en ello, pero no le importaba, aquel halcón llegaría a la cima de la Tierra Vertical. 

Serían los dioses quienes decidieran el destino de esa cima, pero fuera cual fuese almenos un halcón habría llegado a ella. Alcanzó la altura del joven halcón mientras este comenzaba a caer. Le apretó con sus garras. Alzó el vuelo. El viento, la lluvia caía en su contra, y sin embargo, la sombra del viejo halcón ascendía por la ladera. Veloz. Invencible. Ya estaba cerca de la cima. El dolor de sus alas era insoportable. La sangre se escurría de entre sus plumas para mezclarse con la lluvia. Y solo entonces reunió todas las fuerzas que le quedaban para hacer su último acto. Sus patas lanzaron al joven halcón hacia arriba. Y el joven halcón voló. Voló hasta la cima. Y más arriba. Y partiendo eternamente la espesa niebla llegó al más alto cielo. Y dejó la Tierra Vertical atrás. Y por primera vez el sol logró bañar la montaña. 


La Tierra Vertical parecía ahora débil. Desfallecía, humilde, ante el planeo de su conquistador. El joven halcón no había caído, no esta vez. Ahora, el joven halcón volaba, en paz y libre, entre la infinita luz. Volaba sobre la cima invencible. Volaba. Y, mientras tanto, el viejo halcón le observaba con una tibia sonrisa mientras se dejaba caer.